jueves, junio 24, 2010

Controlando lo Inevitable

La habitación oscura, no había nada de mobiliario a excepción de una silla debajo de una bombilla de bajo voltaje que apenas la alumbraba. En la silla un hombre medio consiente y muy ebrio que escuchaba en silencio los ruidos de la ciudad que se filtraban por la ventana detrás de él y sintiendo el azote de un viento de media noche.

A veces murmuraba pensamientos incompletos e incoherentes, otras tantas sonreía  quedo moviendo ligeramente su cuerpo. Su nariz sangraba levemente al igual que su labio inferior, pero gracias a los efectos del alcohol no era consiente de la molestia, y minutos después cayó en la inconsciencia.

Al abrir los ojos y tratar de enderezarse notó un dolor agudo en el cuello debido a la postura en que había estado. Ahora más cuerdo, miraba alrededor lentamente y tuvo la sensación de deja-, la misma oscuridad, la misma bombilla, los mismos sonidos de la ciudad que entraban por la ventana sin cristal y con una cortina bastante roída. En la habitación escuchó los sonidos propios de una casa abandonada, ruidos de cañería, roedores correteando por sus pies y entre toda la inmundicia de olores, se percató de un perfume dulce y penetrante, y no fue hasta que su vista se acostumbro un poco a la oscuridad que se percató de un par de ojos tan brillantes como los de un felino, pero no tan redondos.

-¿Quién está ahí?- preguntó a voz de grito que fue ahogado debido a lo grave que salió de su garganta.

Un eco suave le devolvió la pregunta y perdió de vista esos ojos, que al final, pensó podrían ser de algún gato.

La sed le carcomía la garganta y comenzó a luchar inútilmente contra sus ataduras, fue entonces cuando intentó recordar cómo es que había llegado a aquella situación. Al principio acudieron imágenes revueltas y confusas mezcladas con el deseo desesperante de agua, de moverse, de salir a darse un baño debido a que había desahogado sus necesidades en la misma silla. "Soy yo el que huele a mierda" Concluyó.

-Si- resonó una voz lejana, como si el propio eco contestara a la conclusión de sus pensamientos, pero fue tan bajo que después de un momento de silencio, creyó haberlo imaginado.

Intentó mover la silla y cambiar de lugar, pero era demasiado grande y pesada, y corría el riesgo de caer al suelo.

Recuerda- se exigió, como hombre cabal que siempre ha sido- piensa cómo carajos llegaste aquí. Piensa cómo vas a salir de aquí.

Entonces la primera imagen llegó:
Estaba atardeciendo. Con un traje muy elegante y caro se giró para cerrar la puerta de su departamento. Silbaba, pero no recordaba el porqué, no era importante. Bajaba las escaleras saludando a los vecinos que le sonreían, escuchando a sus espaldas comentarios alagadores: "Es un buen muchacho, muy responsable", "Pero qué bien parecido es, podría pararme frente a su departamento con sólo una bata a medio abrochar", "Ese es joven e inteligente, va a llegar lejos"

Salió a la acera donde los últimos rayos de un sol otoñal le iluminó el rostro y entró en un automóvil negro.

Lluvia caía fuera de la habitación, el viento era más frío y se percato de su ropa desgarrada. ¿Cuándo fue eso?, se preguntó, por alguna extraña razón, sentía que ese recuerdo era muy viejo, pero prefirió seguirlo ya que era el único que tomaba forma en su mente.

Era un bar, muy elegante. Todos lo miraron entrar; los hombres con cara de admiración y las mujeres con cara de deseo, saludó a un par de personas que extrañamente ahora no recordaba ni sus nombres y se dirigió a la barra, pidió su trago de siempre y lo bebió de un solo movimiento, le quemó la garganta, pero era agradable y de inmediato le sirvieron otro. Una chica lo miraba desde un extremo, la oscuridad cubría la mayoría de su rostro, pero parecía ser bonita. Con un trago extra se dirigió hacía ella. Esa noche no la pasaría solo.

"Un trago", resonó como eco en su cabeza. La boca estaba completamente seca y lo distraía de los recuerdos. Más que otra cosa deseaba un poco de agua, y como si eso hubiera sido invocar sus sentidos corporales, fue consiente de la presión de las cuerdas en sus muñecas, ahora sentía la quemazón y la piel irritada por ellas. Los dolores musculares por permanecer tanto tiempo en ésa posición. ¿Cuánto tiempo he pasado aquí?, murmuró, pero trató de sosegarse, pues podía sentir un leve pánico subirle por la columna. Aún no -se ordenó- Aún no.

De nuevo se encontraba en el automóvil, sonreía y una carcajada ajena le indicó que no iba solo, conducía por una carretera casí desierta y con el radio a todo volumen, tratando de entonar una canción por él conocida.

La casa era vieja, lo había notado, como aquellas que están bajo viejos hechizos, pero ella le sonreía, le coqueteaba hasta que llegaron a la entrada, entonces fue como si hubiera cambiado de acompañante, el rostro ahora era serio y aquella mirada coqueta había cambiado por una hostil.

Después imágenes imposibles, teñidas de rojo sangre se agolparon en su mente. Había sangre, mucha. Sus manos podían sentirla: tibia y pegajosa. ¿Acaso era su sangre?

-No- contestó de nuevo aquel eco y el se quedó quieto abriendo los ojos más allá de lo normal pero el pánico lo había abrazado sin previo aviso y ocasionándole una ceguera parcial, ni siquiera podía ver sus propias manos.

-Por que ya no las tienes- dijo aquella voz casí al oído.

Fue como si hubieran encendido las luces: Vendas blancas envolvían los extremos de sus brazos con manchas sanguinolientas. Su respiración comenzó a alterarse, lágrimas escurrían por sus ojos quitándole visión.

Entonces apareció un espejo frente a él, se miró en la silla, su aspecto horrorozo y sucio, donde las vendas blancas resaltaban su actual pérdida, pero algo andaba mal, su reflejo le sonreía y entonces comprendió todo.

-¿Hasta cuándo?- preguntó con una sonrisa amarga, de pronto el pánico despareció y el desprecio ocupó su lugar.

-Siempre- contestó su reflejo, con la misma sonrisa- cada noche, todas las noches. Hasta que no puedas recordar nada, hasta que quedes por siempre en esta silla, como ella y como yo.

De la nada apareció la chica del bar a su lado con un aspecto demasiado lúgubre que a él sólo le ocasionó una sonrisa burlona.

-Entonces nos veremos mañana- dijo mirando a su reflejo y tomando impulso se arrojó al piso.

Luz entraba por un gran ventanal, era de día y respiró tranquilo al verse en su departamento. Tomó el reloj: cuatro de la tarde. Tenía una cita, no recordaba con quién, pero se alistó para ella saliendo del departamento a las siete en punto. Sonreía, una vez más le había ganado al pasado y sintiéndose dueño de un poder infinito comenzó a silbar, se cruzó con algunos vecinos y les sonrió como siempre lo hacía, faltaba poco para salir cuando escuchó el final de algunos comentarios: "... joven e inteligente, va a llegar lejos"

Se detuvo de inmediato, pero no por mucho tiempo, sus pies cobraron voluntad propia, incluso el silbido no pudo detenerlo, salió a la acera donde ya había visto el sol otoñal que lo iluminaba y subió al automóvil. Sólo sus ojos mostraban el pánico que le inundaba por dentro.

PD. Para no olvidar que aveces escribo no sólo de mí.

4 comentarios:

Horacio dijo...

Me hizo sentir como en un cuento de Cortazar. Muy bueno

Mar dijo...

Gracias, Horacio.

Ricardo dijo...

Me agrada, saludos

Mar dijo...

Gracias, Ricardo.

Es para que tengan buenos sueños.

Saludos