jueves, octubre 31, 2013

Evil

Ahí estaba yo con el citatorio en la mano, más de mil letras y solo cinco de ellas llamaron mi atención: Sábado, cuatro de la tarde.

La letra era como todas las letras, digo son letras, algunas cursivas, algunas negritas otras escritas con la sangre que se iba a derramar, sangre que me pertenecía y pues no quería que se derramara. ¿Qué hacer?, o tal vez sería más específico preguntar ¿Qué hice?

Bueno, para ser sincera sabía qué había hecho pero hasta cinco segundos antes pensaba que no era algo tan grave como para un citatorio, obviamente me equivocaba, obviamente me estaban diciendo que me equivocaba. De nuevo: ¿Qué hacer?

No era como si me pudiera esconder. Soy de las personas que si ven que viene un golpe que no pueden evitar es mejor recibirlo de pie lo más rápido posible y preparar lo hielos para bajar la inflamación (Y con "hielos" me refiero a alcohol, por supuesto), entonces confirmé mi asistencia y respiré hondo. Era inicios de semana así que enterré el asunto hasta la fecha prevista.

No tenía defensa como tal porque simplemente no me parecía algo grave.

Me dirigí al lugar acordado, sola, porque era lo mejor, no quería testigos de lo que sea que fuera a pasar, tal vez en el fondo sabía que aquello se iba a poner feo. 

Durante el camino (casi dos horas) me convencí a mí misma que aquello no era grave, que no podía ser grave y que no debería ser grave. Tal vez no sea la genio que creo que soy.

Llegué al lugar y ocurrieron todas las formalidades pertinentes, querían dar un aire de ligereza, lo que por supuesto era significado de todo lo contrario, de pronto el momento no se podía retrasar, era tiempo de tratar el asunto. Subí al banquillo de los acusados y él, con su toga negra, peluca blanca y martillo en mano comenzó el juicio, la lectura de los cargos (aunque pocos, muy graves) y los motivos por los que él creía que era culpable.

Escuché cada una de sus palabras juzgonas. Algunas me dolieron, otras me molestaron y otras tantas me decepcionaron. Mi juez había sido uno de los mejores malditos que he conocido en mi vida y ahora estaba ahí señalándome con el dedo, acusando y juzgando.

Los cargos no eran desconocidos, las acusaciones no eran nuevas, todo lo sabía porque soy yo y me conozco de principio a fin, puedo deletrearme de pies a cabeza, soy yo la que me ve a los ojos todos los días frente al espejo, no hay nada nuevo que alguien ajeno pueda decirme, pueden mentirme, pueden equivocarse pero al fin y al cabo soy solo yo.

Por un momento mis zapatos se cambiaron por tenis, me creció barba, un bastón en mi mano derecha apareció y el la otra un frasco de Vicodin. No había diferencia en lo que me pasaba con uno de tantos capítulos que había visto de House, cuando le reclamaban ser ... pues House. 

La situación era estúpida pero no por eso menos real, menos abrumadora ni menos molesta. Me pasaba, yo estaba ahí siendo acusada y hallada culpable de todos los cargos. Yo era la mala de la historia y me lo estaban haciendo saber de una forma directa y sin rodeos: "Tienes que cambiar" me dijeron.

Desde ese día llevo una etiqueta de "Dangerous" en mi espalda. No es que no lo supiera pero digamos que ya es notable. Tal vez tenga que pedir disculpas pero en mi cabeza no importa cuánto lo diga o cuánto lo intente simplemente no me lo creo y pues puedo ser maldita pero jamás no ser yo y tal vez solo tenga que mentir.