Este fin de semana tuvo un resultado interesante.
Me encontraba la mañana del sábado tratando de develar mi falta de sentido común para mis hábitos alimenticios. ¿A quién se le ocurre programar un desayuno a las doce del día con una persona cuya puntualidad no figura entre sus muchos talentos? Pues a mí, claro.
Si a la impuntualidad le agregamos que mis instintos me hacen despertar en el momento en que un molesto rayo de sol matinal se filtra por la ventana (hablo de más o menos de 7:30 a 8:00 de la madrugada) pues como que no me hace muy lista eso de programar mi desayuno a una hora en que ya no es desayuno. A las doce del día mi estomago requería un alimento más sustancial aparte de mi cereal mañanero.
Para distraerme lo que fueron después tres horas de retraso de mi hermana me puse a ver qué me ofrecían los blogueros, me encontré con una convocatoria muy interesante en la cual no había pensado realmente, pero el hambre me ayuda a entrar en un estado alucinado por lo que en mi cabeza se empezaron a formar varios bocetos y como mis únicas opciones eran escribir esas ideas o empezar a mordisquear mi brazo, empecé con lo primero sin olvidarme por completo de lo segundo.
La convocatoria es sobre Poe y su próximo cumpleaños este 19 de enero.
Antes de leer mi poema, obviamente inspirado por el de El Cuervo deben comprender que en verdad me moría de hambre y para apreciarla en todo su esplendor deben de estar familiarizados con el original el cual pueden leer aquí si es que han sufrido un derrame cerebral y no lo han leído con anterioridad o si ya ha pasado largo tiempo desde su ultima lectura.
Como sea, redobles por favor:
El Hambriento
Una vez, al filo de una aburrida noche,
mientras solo y sobrio alucinaba,
inclinado sobre un grueso e incomodo libro de pasta gruesa,
cabeceando, casi babeando,
oyóse un súbito y fuerte golpe,
como si suavemente derribaran,
derribaran la puerta de mi cuarto.
Es - dije gritando- ¡Es la una de la mañana!
Así empezó todo... y lo demás.
¡Ah! Aquel mal recuerdo de un miserable diciembre.
Envases de botellas vacías esparcidas por el piso
ansioso deseaba una de vino llena,
rogando a los analgésicos dieran tregua a mi dolor,
dolor estomacal por la pérdida de la cena
la única y abundante comida.
Aquí solo me quedé sin comer nada más.
Y el gruñir vago, triste, fuerte de mis intestinos
me llenaban la mente de abundantes maldiciones.
Y ahora aquí, en pie, acallando el gruñir de mi estomago
repito: "es el repartidor, la puerta de mi cuarto queriendo derribar,
algún repartidor de pizzas que llega 30 minutos tarde y quiere cobrar.
Eso es cinismo y nada más"
Ahora mi estomago reclamaba alimento y ya sin titubeos:
"Repartidor- grité-, repartidor en verdad tu paciencia imploro,
más el caso es que tan tarde viniste a tocar,
más bien, a derribar la puerta de mi cuarto
que apenas puedo creer mi puerta intacta"
Y entonces abrí la puerta:
"¡Silencio!" gritó mi vecina y todos los demás.
Espiando por el visor de la puerta permanecí largo rato,
esperando, injuriando, maldiciendo al mortal que osó bromear,
más el perro de enfrente comenzó a ladrar y ni cómo hacerlo callar
y tan solo se me ocurrió que mi hambre me hacia alucinar.
"¿Repartidor?" pregunté en un susurro y el perro devolvió un aullar.
¡Estoy hambriento y el perro me ladra, además!
Volví a mi cuarto, mi hambre toda, toda mi hambre creciendo dentro de mí
no tardé en oír tocar de nuevo con mayor fuerza.
Ciertamente- me dije- ciertamente alguien esta jugando cerca de mi ventana.
Dejad pues que vea quién es el que juega allí, y así pueda retorcerle el cuello.
Dejad que a mi se acerque el embustero y así pueda retorcerle el cuello.
Esto advierto y nada más.
De un golpe abrí la puerta y con suave aroma a queso
entró un gran repartidor de los altos y fornidos,
sin asomos de arrepentimiento y con un semblante fiero,
y con aires de gran señor o más bien, de luchador
fue a pararse en la entrada, en la entrada junto a la puerta.
Esto hizo sin decir algo más.
Entonces este repartidor cambió mis injurias por una sonrisa
con su grave y severo semblante del aspecto en que se revestía.
Aún con tu semblante atemorizante -le dije- no me asustarías
repartidor fuerte y amedrentador, no me amenazarías.
¡Dime ¿qué es lo que argumentarías?!
Y el repartidor dijo: Si te lo dijera ¿inmediatamente me pagarías?
Esto dijo y nada más.
Cuánto me asombró que repartidor tan desmesurado
pudiera reclamar inmediatamente su pago,
aunque poco significaba su exigencia, poco pertinente era
pues no podemos sino concordar que ningún ser humano debe ser estafado
con la exigencia de un pago, un pago que no ha sido ganado
por el repartidor junto a la puerta parado.
No señor, ¡Jamás!
Más el repartidor parado, inmóvil, sereno junto a la puerta
había requerido que en el acto pagara la cuenta.
Nada más dijo entonces, no me daba ni la pizza
y entonces me dije apenas murmurando:
"Otros se han retrasado antes, tal vez me dará una escusa"
Luego el repartidor dijo: Son ciento veinte nada más.
Sobrecogido al romper el silencio tan impertinentes palabras
sin duda- pensé-, sin duda piensa que le voy a pagar. Su aspecto capaz de asustar
debe ser su única arma, solo un semblante adquirido,
no puede ser amenaza en más de un sentido,
es solo un "niño bonito" y no más.
Más el repartidor arrancó de mis deducciones una sonrisa.
Me senté en el viejo sofá frente al repartidor, la puerta y la pizza
y entonces hundiéndome en un hueco del sofá
empecé a pensar en alguna solución en particular,
en alguna excusa que hiciera a este repartidor retrasar
mientras mi hambre aumentaba cada vez más.
En esto pensaba, sentado sin decir palabra frente al repartidor
cuyos ojos me taladraban como si lo hubiese ofendido.
Esto y más pensaba con la cabeza inclinada
mientras solo la televisión se escuchaba.
Mi cena tendría que esperar, ¡Hay! un poco más.
Entonces me pareció que el hombre se impacientaba,
y se acomodó en una posición que amenazaba.
¡Miserable- dije-, tu jefe te ha conferido una entrega.
Una entrega por teléfono solicitada!
Apura, oh apura tus futuras entregas.
Y el repartidor dijo: Supongo que de propina ni un peso más.
¡Profeta -exclamé-, repartidor impuntual!
Profeta si es que no te funciona pizzas entregar.
Por la rapidez del cocinero del que dependemos tu y yo
dime si algo te ha hecho retrasar. Dime, dime, te lo imploro.
Y el repartidor dijo: Fueron solo cuarenta minutos, nada más.
¡Profeta -exclamé- considera otra carrera!
Repartidor ¡No!, seas puntual o impuntual,
por ese aroma que se extiende sobre nosotros
dile a esta alma hambrienta si el ingrediente principal
es anchoas lo que alcanzo a olfatear.
Y el repartidor dijo: Págala o no lo sabrás jamás.
Sean pues esas palabras tu señal de partida
-le grité más que furioso- ¡Vuelve a la pizzería!
No dejes pizza alguna que ha de estar ya fría.
Deja mi hambre intacta. Abandona de mi cuarto la entrada.
Aparta el aroma a queso y la cátsup como aderezo.
Y el repartidor dijo: Usted no cenará otra cosa más.
Y mi cena nunca llegó. Aún sigo esperando una pizza,
una pizza sobre el mantel de la mesa de mi cuarto.
Y los gruñidos que de mi estomago escapan
tienen la semejanza de un demonio contenido.
Y el olor a queso que por la habitación se respira
mi estomago no podrá ignorar por mucho tiempo más.
PD1. Es precisamente por lo anterior por lo que es considerado el desayuno la comida más importante del día, de lo contrario pueden tener resultados similares.
PD2. Si tres horas de retraso no eran suficientes, le agregué una más por no localizar el restaurante de comida china. ¿Nunca se han preguntado si las calles del centro histórico cambian de ubicación? Yo lo empiezo a sospechar.
PD3. La cara de Poe en la imagen es la que pondría si leyera lo que he hecho con su poema.