Cómo detesto dormir. Mirando hacía el techo rogando que la inconsciencia por fin se apoderé de mi espero con impaciencia el sueño que mi cuerpo y ojos necesitan. Qué desperdicio de tiempo.
Mi mente empieza a divagar en formas y narraciones extrañas y trato de aferrarme a ellas, pues mi mente, quizá harta de mi lógica, se libera presentándome sueños informes y sin significado alguno, aburridos.
Oh!, cuánto no daría yo por que vinieran a mi visiones del paraíso o del infierno, sin distinción yo las abrazaría sin miramientos, mientras en ellas sienta que no mal gasto mi tiempo, que mi inconsciente no dejara de percibir imágenes sorprendentes, no importando que algunas me turben, me entristezcan, me escandalicen, me intimiden, por lo menos algo interesante habría en que pensar cada mañana.
Me sumerjo en la inconsciencia rogando por favor, por favor, no te pierdas esta vez.
Y ahí me encuentro de nuevo, en un mundo donde la sombra no existe, todo inundado de luz amarilla por un sol que aunque no puedo ver quema mi piel, el aire es pesado y me siento atrapada en un ataúd, mi respiración se vuelve trabajosa pero no hay nada más, todo monótono como dar vueltas en círculos sin romperlo, diciéndole que a la siguiente vuelta tendré el valor de desviarme, pero ¿quién piensa en medio de ese calor insoportable?.
Y después nada, no movimiento, no sentido, solo quieta, y así despierto cuatro horas más tarde. !Qué desperdicio!. Alguna de las razones por las que envidiar al aquelarre Cullen, qué fortuna no tener que dormir, aprovechar las 24 horas del día, hay tanto que ver, tanto que leer, tanto que hacer...
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