Tengo muchos lugares favoritos en esta ciudad, cada uno por motivos, pensamientos, calma o recuerdos, pero hay uno en especial, uno que es un escape total, ¿Escapar de qué? se preguntarán. De todo.
Con lo poco común que soy siempre busco lugares que me permitan un área personal, porque he conocido a muy pocas personas más interesantes que yo y el resto me aburre, es por eso que amo estar conmigo, sola, sin estorbos, sin modales, sin presiones de ningún tipo e incluso, escapar de mi mente.
La azotea es el lugar perfecto para escapar (o esconderte, dependiendo el caso o la necesidad) Para alguien como yo que sufre de claustrofobia psicosomática es necesario tener lugares seguros a dónde ir para poder respirar, para poder relajarme, para poder soñar con los ojos abiertos sin interrupciones, no más allá que la de los mosquitos devorándome los brazos.
Lo que me llevó a ir a la azotea por casi una hora fue lo hermosa que estaba la Luna y de nuevo mi asqueo por las personas comunes me tuvo al filo del vómito. Hoy caminaba con tres más y ninguna se detuvo a mirar el cielo ni porque la bella y perfecta Luna se encontraba justo en el horizonte, tan enorme, tan blanca, tan brillante y perfecta y me pregunté qué puede ser más importante que detenerse a mirar, aunque sea por un minuto, a la dama plateada.
Sé quién se detiene a mirarla, y si hubiésemos ido juntos hoy, caminando por esta hermosa noche no hubiera sido extraño detenernos a mirarla o simplemente no apartar la vista de ella, porque él como yo sabemos del placer de verla mirarnos. No puedo creer que las personas opten por perderse de un natural y hermoso espectáculo como el de esta noche hablando de cosas tan banales tan estúpidas y sin sentido.
Caminar mirando al suelo no es más que una ceguera voluntaria.